martes, 15 de abril de 2014

"Que no se quede ni un solo bautizado sin participar en la vida de su Iglesia"

HOMILIA DE LA MISA CRISMAL 2014

Muy amados presbíteros, diáconos, religiosos, religiosas, consagrados y consagradas, seminaristas
Muy recordados sacerdotes que estudian o prestan sus servicios en otros países
Muy queridos hermanos y hermanas,

Hoy, en el umbral de la pasión y próximas las fiestas pascuales, hemos sido convocados por el Señor Jesús para vivir en esta misa crismal una intensa experiencia de Iglesia local. Es una misa que anhelo celebrar y cada año espero con alegría. Me imagino que a muchos de los aquí presentes les pasa igual. Porque es realmente bello el congregarnos como Iglesia de Cristo que peregrina en Maracaibo, la Goajira, S. Francisco, Lossada y La Cañada y gozar este don que nos ha hecho el Padre misericordioso. Valen para nosotros las palabras del salmista: “¡Qué agradable y delicioso es que los hermanos vivan unidos!” (Sal 133,1).


Aquí estamos reunidos en nuestro templo catedralicio dar gracias por la existencia de nuestra arquidiócesis, por nuestra Iglesia católica, porque desde su fundación, nunca ha carecido de pastores que la han guiado en nombre del Único Buen Pastor. Desde sus inicios el Espíritu Santo se ha derramado sobre ella en abundancia y la ha enriquecido con toda clase de dones, servicios y carismas para su crecimiento y santidad. Valientes evangelizadores han anunciado la Palabra de Dios. Santos ministros ordenados han celebrado los sacramentos y santificado el pueblo de Dios. Esforzados apóstoles de la caridad han plantado el reino de la misericordia y de la justicia en los corazones de sus hermanos más pobres y en las estructuras sociales. Numerosas vocaciones laicales, familiares, sacerdotales, consagradas y misioneras han brotado de nuestras comunidades. Sacerdotes, religiosos, laicos comprometidos salidos de nuestras parroquias se encuentran en muchos rincones del mundo llevando el testimonio de la fe. Desde la última misa crismal se ha ido a la casa del Padre un valioso ministro de Cristo: Mons. Luis Guillermo Vílchez. Se han ordenado tres nuevos presbíteros y seis nuevos diáconos transitorios. ¡En verdad es justo y necesario que elevemos hacia el Señor nuestra ferviente acción de gracias por la lluvia de dones que ha derramado!

No todo sin embargo ha sido luz. La sombra del pecado también ha empañado la belleza de nuestra Iglesia. Enemistades, infidelidades, incoherencias, divisiones han marcado también dolorosamente nuestro caminar eclesial. No siempre hemos sido coherentes con nuestra identidad cristiana y nuestra vocación misionera. Nos hemos acostumbrado a que nuestro pueblo fuera católico por tradición, y no nos hemos preocupado suficientemente por alimentar y sostener esa fe en todos los bautizados. Muchos hermanos se han alejado de nosotros desilusionados porque los hemos dejado solos. Todo esto hemos de reconocerlo y asumirlo con arrepentimiento y con humildad y aprender la lección para emprender nuevos caminos.

Nuestra Iglesia camina en medio de la historia de nuestra región y del mundo. Por eso, hemos de estar atentos a los signos de los tiempos que anuncian el paso salvífico de Dios por nuestra historia. Hay tres signos que nos interpelan de modo particular. El reciente cuarto congreso americano misionero, la publicación de la Exhortación apostólica del Papa Francisco “La alegría del evangelio” y los disturbios que han sacudido intensamente nuestro país en estos últimos meses.

El Congreso misionero congregó laicos, consagrados, presbíteros, obispos de Venezuela y de todas las naciones de América además de representaciones de Iglesias de Europa, África y Asia. Su tema central, “Discípulos misioneros de Jesucristo desde América, en un mundo secularizado y pluricultural”, estuvo en plena sintonía con el mensaje de los más recientes mensajes pontificios. En la vivencia del Congreso encontramos respuestas claras a lo qué quiere Dios de nosotros en estos momentos. Estamos llamados a ser una Iglesia abierta, en salida, en clave misionera. Así se expresa sobre estos temas el papa Francisco en su reciente Exhortación apostólica:

Fiel al modelo del Maestro, es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco, sin miedo (EG 23). (…) La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. (EG 24). (…) Cada Iglesia particular, porción de la Iglesia católica bajo la guía de su obispo, también está llamada a la conversión misionera…Su alegría de comunicar a Jesucristo se expresa tanto en su preocupación por anunciarlo en otros lugares más necesitados, como en una salida constante hacia las periferias de su propio territorio o hacia los nuevos ámbitos socioculturales. (EG 30). La Iglesia en salida es una Iglesia con las puertas abiertas (EG 46). Si, la Iglesia entera asume este dinamismo misionero, debe llegar a todos sin excepciones” (EG 48) sin olvidar nunca que “hoy y siempre los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio. Hay que decir sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos.” (EG 48)…Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades” (EG 49)

Estos mensajes coinciden plenamente con el talante misionero de nuestro proyecto arquidiocesano de renovación pastoral. Efectivamente nuestro proyecto es una propuesta esencialmente evangelizadora con la que albergamos el sueño de llegar a todos. Nuestra meta ya la sabemos es la de llegar a ser una Iglesia casa, escuela y taller de comunión y solidaridad que convoque efectivamente a todos los bautizados a integrarse a la familia de los hijos e hijas de Dios y hermanos y hermanas en Cristo Señor. Que no se quede ni un solo bautizado sin ser tomado en cuenta e invitado a participar en la vida de su Iglesia.

En este 2014, después de varios años de cuidadosa, lenta y progresiva preparación, queremos hacer su lanzamiento. Invito a todos los agentes pastorales de esta arquidiócesis, en particular hoy a mis hermanos sacerdotes y diáconos, a entrar sin miedo en este proyecto de renovación. Los invito con palabras del Papa “a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades. Una postulación de los fines sin una adecuada búsqueda comunitaria de los medios para alcanzarlos está condenada a convertirse en mera fantasía” (EG 33). Lo importante en todo esto es que caminemos juntos, con la guía de los obispos, cohesionados en torno a todos nuestros pastores, en un sabio y realista discernimiento pastoral.

En estos tiempos de zozobra, de angustia y de tribulación que han dejado un doloroso saldo de patria desgarrada, de infraestructura dañada, de hermanos muertos, heridos, detenidos y maltratados, es bueno que escuchemos el mensaje que el Papa Francisco nos ha enviado hace pocos días: Estoy plenamente convencido de que la violencia nunca podrá traer paz y bienestar a un País, ya que ella genera siempre y sólo violencia. Al contrario, por medio del diálogo ustedes pueden redescubrir la base común y compartida que conduce a superar el momento actual de conflicto y polarización que hiere tan profundamente Venezuela, para encontrar formas de colaboración. En el respeto y en el reconocimiento de las diferencias que existen entre las Partes, se favorecerá el bien común. Todos ustedes, en efecto, comparten el amor por su País y por su pueblo, como también las graves preocupaciones ligadas a la crisis económica, a la violencia y a la criminalidad. Todos ustedes llevan en el corazón el futuro de sus hijos y el deseo de paz que caracteriza a los venezolanos. Todos tienen en común la fe en Dios y la voluntad de defender la dignidad de la persona humana.
Precisamente esto les aúna y les apremia a emprender el diálogo que hoy inicia, en cuya base debe estar una auténtica cultura del encuentro, que sea consciente de que la unidad siempre prevalece sobre el conflicto. Les invito, pues, a que no se detengan en la coyuntura de lo conflictivo, sino a que se abran unos a otros para hacerse y ser auténticos constructores de paz. En el centro de cada diálogo sincero está, ante todo, el reconocimiento y el respeto por el otro. Sobre todo está el "heroísmo" del perdón y de la misericordia, que nos rescatan del resentimiento, del odio y abren un camino realmente nuevo. Se trata de un camino largo y difícil, que requiere paciencia y valentía, pero es el único que puede conducir a la paz y a la justicia. Por el bien de todo el pueblo y por el futuro de sus hijos, les pido que tengan este coraje”. (Mensaje con motivo de la apertura del 'Diálogo por la Paz' entre el gobierno y los grupos de oposición de Venezuela, 11 de abril)

La misa crismal es rica en signos y símbolos litúrgicos. En ella se bendicen el óleo de los catecúmenos y el de los enfermos, se consagra el santo crisma y se recibe el fruto generoso de la colecta de la Campaña Compartir. Uno de sus momentos más resaltantes es sin duda la renovación de las promesas sacerdotales por parte de los presbíteros pertenecientes a este presbiterio marabino. Estas promesas las pronunciaron por primera vez el día de su ordenación y las renuevan anualmente juntos, ante su obispo y los fieles, en esta misa. Este hermoso y significativo gesto nos permite recordar algunos elementos importantes del ser, de la vida y misión de estos servidores.

Los presbíteros, como bien sabemos, pertenecen a uno de los tres grados del sacramento del Orden instituido por el Señor y por medio del cual Jesús ha venido confiando, en su Iglesia, por medio de los sucesores de los apóstoles, el cuidado amoroso de su rebaño. El sacerdote puede tener muchas cualidades talentos pero si carece de amor hacia el pueblo que se le confía se vuelve, como dice Pablo, una mera campana que resuena o un platillo que retumba (Cf 1Co 13, 1).Si no tiene amor no es nada. Para apacentar el rebaño del Señor son válidas sin duda muchas técnicas humanas, pero de nada valen si no están alimentadas, inspiradas y sustentadas por el fuego ardiente del amor de Cristo por su pueblo. Solo ese amor los dispone, los madura y los lleva a consumirse, como él, por el rebaño hasta ser capaces de dar la vida, como el Señor, para defenderlo y mantenerlo unido (Cf Jn 15,13).

Queridos hermanos sacerdotes, los tiempos que corren exigen de nosotros autenticidad, transparencia y coherencia. Respondamos desde nuestra identidad y condición sacerdotal. No ofrezcamos lo que no somos ni tenemos. Imitemos a Pedro y a Juan cuando le dijeron al paralítico de la Puerta Hermosa en Jerusalén: “No tengo ni oro ni plata pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, camina” (Hech 3, 6). “Es la única riqueza que, en definitiva, los hombres esperan encontrar en un sacerdote” (DVMP 7). Que nadie nos arrebate el nombre, la vida y el Evangelio de Cristo de nuestros labios ni de nuestros corazones.

La medida de la calidad del servicio del pastor no se mide por los parámetros que rigen y garantizan la eficacia de este mundo, sino por la intensidad de amor crucificado con que apacienta el rebaño a él confiado. Digámoslo con palabras del Papa Francisco en una de sus audiencias de los miércoles: “Apacentar el rebaño de Jesús con la potencia no de la fuerza humana o la propia potencia, sino del Espíritu y según su corazón; el corazón de Jesús, que es un corazón de amor. El sacerdote, el obispo y el diácono deben apacentar el rebaño del Señor con amor. Si no lo hacen con amor, no sirve. Y, en este sentido, los ministros que son elegidos y consagrados para este servicio prolongan en el tiempo la presencia de Jesús, si lo hacen con el poder del Espíritu Santo, en el nombre de Dios y con amor” (Audiencia del 26-03-2014)

Los ministros ordenados son colocados a la cabeza de la comunidad. ¡Ah¡ están “a la cabeza” pero eso no significan que se han de volver personas que hacen sentir a los fieles pesadamente su autoridad. Estar a la cabeza significa actuar como Jesús, cabeza del cuerpo que es la Iglesia. Significa poner la propia autoridad al servicio, como Él mismo lo ha demostrado y enseñado a sus discípulos, amar en el servicio, dar la vida sirviendo. (Cf Mt 20:25-28 / Mc 10,42-45). “Un obispo que no está al servicio de la comunidad, no hace bien, un sacerdote, un cura, que no está al servicio de la comunidad, no hace bien. Está equivocado”. (Ibíd.).

Amemos apasionadamente nuestra Iglesia. Esta Iglesia, esta parroquia, esta comunidad donde hemos sido enviados. Nuestro referente fundamental no es un líder prestigioso, una autoridad política o una figura famosa. Nuestra referencia es Jesús y nadie más. Y Cristo, como dice S. Pablo,
“amó a su Iglesia y se entregó por ella para hacerla santa, purificándola con el lavado del agua mediante la Palabra y para presentársela a sí mismo a la Iglesia toda gloriosa, sin mancha ni arruga” (Cf Ef 5:25-27). No amemos lo bonito, lo brillante y ventajoso de nuestra Iglesia. Amemos toda nuestra Iglesia tal como es. Sus bellezas, sus deficiencias, sus pobrezas, sus potencialidades, sus quebrantos. Lo mismo dirá San Pablo del Matrimonio: el esposo ama a su esposa como Cristo ama a la Iglesia. Por eso, para nosotros, son también válidas las palabras que pronuncian los novios el día de su matrimonio: “Yo, te recibo a ti, Iglesia mía, como esposa y me entrego a ti y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida.

Hermanos y hermanas, bendigamos a Dios por el don del sacerdocio. Amemos y respetemos a nuestros sacerdotes. Son sus hermanos. Ayudémosles a ser fieles a sus promesas sacerdotales todos los días de su vida. Oremos siempre por ellos para que reaviven el don que recibieron con la ordenación sacerdotal (cf. 1 Tim 4:14, 2 Tim 1 6). Estemos pendientes de ellos: de su persona, de su salud, de su bienestar básico. Cuidemos sobre todo que actúen, que vivan, que se presenten, aún en su aspecto exterior, como sacerdotes de Cristo. En la arquidiócesis se promovieron con ese propósito y como fruto del año sacerdotal, grupos parroquiales llamados “Grupo Ars”, en honor al Santo Cura de Ars. No puede ser que en una parroquia donde se debe cultivar la vida fraterna y comunitaria el pueblo de Dios vaya por su lado y la de su pastor por otro. Pueblo y Pastor deben andar juntos y apoyarse mutuamente. Nuestro ideal es la vida en comunión como familia de Dios.

Ustedes se preguntarán: ¿cuál es la gasolina que sostiene este género particular de vida? ¿Con qué funciona un pastor seguidor de Jesús? El Papa Francisco nos contesta: “Cuando no se alimenta el ministerio -el ministerio del obispo, el ministerio del sacerdote-, con la oración, con la escucha de la Palabra de Dios y con la celebración diaria de la Eucaristía y también con un interés cuidadoso y constante del Sacramento de la Penitencia, se pierde inevitablemente de vista el verdadero significado del propio servicio y la alegría que nace de una profunda comunión con el Señor Jesús. El obispo que no reza, el obispo que no siente y escucha la Palabra de Dios, que no celebra todos los días, que no va a confesarse regularmente, y lo mismo el sacerdote que no hace estas cosas, al final pierden esta unión con Jesús, se hacen mediocres y esto no hace bien a la Iglesia ni ayuda en nuestra tarea de propagar el mensaje de la salvación. Por esto debemos ayudar a los obispos, a los sacerdotes a rezar, a escuchar la Palabra de Dios que es el alimento cotidiano, a celebrar cada día la Eucaristía y a ir a confesarse habitualmente. Y esto es tan importante para la santificación de los obispos y de los sacerdotes” (Papa Francisco ibíd.).

Esta Iglesia tiene tradición de caminar, desde sus inicios, en la compañía maternal de la Virgen María de Chiquinquirá. Que ella nos consiga un nuevo ardor de resucitados para llevar a todos los rincones de nuestro territorio arquidiocesano y a todos los ambientes culturales el Evangelio de la vida que vence a la muerte. Que, como madre y maestra, nos enseñe a responder siempre Si, siempre FIAT, con gran disponibilidad y alegría, a todo lo que nos pida su hijo Jesús. “Estrella de la nueva evangelización, ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión, del servicio, de la justicia y el amor a los pobres”. Amén.

Maracaibo 15 de abril de 2014

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo


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