martes, 29 de abril de 2014

SANTA CATALINA DE SIENA PUSO DE MANIFIESTO SU GRAN AMOR A LA IGLESIA

HOMILIA DE LA MISA PATRONAL EN HONOR A STA. CATALINA DE SIENA
Muy queridos hermanos y hermanas,
Esta santa misa patronal tiene lugar en pleno tiempo de pascua, en el que celebramos el cogollo de nuestra fe, es decir, la muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Somos cristianos porque creemos que Cristo ha muerto y resucitado por nosotros y nos ha abierto las puertas de la salvación y de la vida eterna. Nos encontramos también llenos de júbilo, con la Iglesia universal, por la canonización, el domingo pasado, de los Papas Juan XXIII, el Papa del Concilio Vaticano II, el Papa de la docilidad al Espíritu Santo y de Juan Pablo II, el Papa de los jóvenes, de la familia y de la nueva evangelización.
En Venezuela recordamos con particular cariño y agradecimiento a San Juan Pablo II, quien nos bendijo con dos visitas apostólicas, una en 1985 y otra en 1996. Su presencia nos unió como pueblo, nos fortaleció en nuestra fe y dio un renovado impulso a nuestras comunidades eclesiales. Ambos santos fueron calificados por el Papa Francisco, en su homilía de la misa de canonización, como “dos hombres valerosos, llenos de la parresía del Espíritu Santo, (que) dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia”.

La canonización es un acto magisterial del Santo Padre el Papa mediante el cual declara oficialmente la santidad de un beato, lo inscribe en el catálogo o canon de los santos y autoriza a todos los cristianos del orbe a rendirle veneración y a dirigirse a él para implorar su intercesión. Hubo una época en que esta declaración se hacía por aclamación del pueblo de Dios pero luego se estableció que tal acto lo haría el Papa al final de un cuidadoso proceso de estudio y de investigación, llevado a cabo por un organismo especializado en esa materia: la Congregación de la causa de los santos. Desde esta tierra trujillana elevamos nuestra ferviente oración a Dios para que muy pronto se produzca el milagro gracias al cual el Venerable José Gregorio Hernández será beatificado.
Hoy, unidos en asamblea de fe, damos gracias a Dios por Catalina de Siena, santa patrona de esta comunidad parroquial. Esta mujer es reconocida en la Iglesia como promotora de la reforma, gran mística y extraordinaria escritora. Fue declarada doctora de la Iglesia y patrona de Italia. Tuvo que imponerse a numerosos obstáculos para poder ingresar a los 18 años a la Tercera Orden de Santo Domingo, ya que, para su época, sólo viudas mayores de edad podían pertenecer a la naciente asociación. Vivió apenas treinta y tres años, la edad a la que murió Jesucristo, y en su corta existencia desplegó una intensa actividad, llena de valentía y audacia, que dejó honda huella en muchos hombres y mujeres que la acompañaron y asistieron así como en la historia de su época. Pertenece junto con la Beata Hildegarda Von Bingen, Santa Brígida y Santa Juana de Arco, al grupo de mujeres profetisas, que el Espíritu Santo suscitó, en aquellas épocas turbulentas de la historia de la Iglesia, para llevar adelante grandes reformas internas.
Catalina se propuso en particular reformar la Iglesia, corrigiendo a los ministros eclesiásticos que vivían en excesivo lujo, la práctica de la corrupción y de la simonía. Tarea ésta, como sabemos, nada fácil ni en aquellos tiempos ni ahora. El Papa Francisco en su reciente Exhortación “Evangelii Gaudium” denuncia por ejemplo el peligro de caer hoy en lo que él llama “la mundanidad espiritual” que consiste en “buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal”. Es una actitud aparentemente religiosa pero que en el fondo lejos de preocuparse para “el evangelio tenga una real inserción en el Pueblo de Dios y en las necesidades concretas de la historia” (EG 93 y 95) hace girar a la persona egoístamente en torno a si misma y a sus comodidades.
Catalina en cambio tenía bien claro que la aplicación del Evangelio debía de tener una real incidencia en la transformación de la sociedad de su tiempo y se empeñó a fondo en ello con todos los medios que Dios puso a su alcance. Su vida y su testimonio es una fuerte interpelación para todos nosotros que tendemos a vivir un cristianismo muy indiferente, muy flojo, muy lejos de las necesidades de nuestros hermanos. La vida de Catalina de Siena nos recuerda con particular fuerza que Cristo nos pidió a todos amar a nuestros hermanos como él nos amó y llevar el anuncio de su nombre y de su salvación hasta las últimas extremidades del mundo.
Además la santa sienesa se propuso el objetivo de restablecer al Papa en su sede original de Roma. Efectivamente en aquel entonces, más precisamente en 1309, el Papa Clemente V, francés de nacimiento, fue consagrado en Lyon y, aconsejado por el rey Felipe IV llamado El Hermoso, fijó su residencia papal en la ciudad de Aviñón. Le sucedieron cinco Papas, todos nacidos en Francia, que mantuvieron la sede en esa misma ciudad. El último de ellos, Gregorio XI, tras los insistentes ruegos de la santa, trasladó de nuevo la sede a Roma. Hubo que esperar cuarenta años más, después de esta histórica decisión, para que se pusiera fin al llamado Cisma de Occidente que puso en peligro la unidad de la Iglesia católica y propició la proliferación de falsos pretendientes al papado, llamados antipapas. Con esta valiente intervención, Santa Catalina puso de manifiesto su gran amor a la Iglesia.
Este amor apasionado por la Iglesia es una de las gracias que le debemos pedir hoy a esta extraordinaria mujer de Dios. El tiempo de Pascua es el tiempo de la aparición de la Iglesia y de la difusión de su testimonio por el mundo entero. Hoy se necesita más que nunca que los cristianos y cristianas amemos de corazón a nuestra Iglesia, nos enorgullezcamos de pertenecer a ella, trabajemos incansablemente por su renovación. La adhesión a la Iglesia en particular a través de la comunión afectiva y efectiva con el Obispo de Roma, ha sido desde siempre una de las características de la vida de fe de los católicos venezolanos.
Con el advenimiento de un Papa latinoamericano, los cristianos de estas latitudes hemos adquirido un compromiso mayor con él y estamos llamados a trabajar incansablemente a su lado tomando como programa el contenido de su Exhortación Apostólica “La alegría del Evangelio”. Allí nos pide entre otras cosas que edifiquemos una Iglesia pobre para los pobres, los paganos y los pecadores. Una Iglesia en salida misionera, una Iglesia de puertas abiertas, lanzada hacia las periferias territoriales y existenciales para llevar a todos el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo.
Mis queridos hermanos y hermanas, la Palabra de Dios en este tiempo pascual nos invita a centrar nuestra fe en Jesucristo crucificado y resucitado. No son dos personas distintas. Es una sola y misma persona. El que fue crucificado, ese mismo, al tercer día, resucitó de entre los muertos. Si buscamos en la Sagrada Escritura una prueba científica de la resurrección del Señor no encontraremos ninguna. Pero sabemos que si resucitó por el impacto que tuvo ese acontecimiento sobre sus apóstoles y el gran cambio que se produjo en ellos. En varias oportunidades, el libro de los Hechos de los Apóstoles señala el asombro de las autoridades religiosas de la época al oír hablar y ver actuar a los seguidores de Jesús. Hombres sencillos, sin cultura académica y sin instrucción se vuelven, de repente, intrépidos testigos de Cristo, realizan milagros, atraen hacia el Señor millares de convertidos y dan testimonio con pasión, vehemencia y valentía de la victoria de Jesús sobre la muerte. Los amenazan, los persiguen, los encierran, les prohíben hablar en nombre de Cristo pero nada los hace callar. Dicen que prefieren obedecer a Dios que a los hombres.
Se produjo en ellos un nuevo nacimiento. Son hombres y mujeres que pertenecen a la nueva humanidad. Hermanos y hermanas, si queremos vivir como cristianos, tenemos que nacer de nuevo, desde la cruz y resurrección de nuestro Señor, es decir desde las pruebas y la esperanza. Muchos de nosotros quisiéramos a lo mejor vivir una fe sin dificultades ni crisis, por lo que cuando llega una dificultad cuestionamos fuertemente la presencia del Señor en nuestras vidas. Ese no es el camino. Nuestra vida es como un jardín de rosas, hermoso y colorido pero con muchas espinas. El Señor nos ha invitado a nacer de nuevo y a seguirle pero en ningún momento nos ha dicho que aquello será fácil. Es por esto que el cristiano debe entender que la vida nueva, ese nacer de nuevo, comienza por afrontar con esperanza y amor las dificultades. Alejemos de nosotros la tentación de una cruz sin resurrección y de una resurrección sin cruz. El primer camino nos lleva a la desesperación y el segundo a una espiritualidad desencarnada. El verdadero camino es la resurrección a través de la cruz. El que vivió Catalina de Siena.
Que por la intercesión de su intrépida patrona, la Palabra de Dios y el Cuerpo y Sangre de Cristo nos dispongan a asumir las pruebas y dificultades de nuestra vida como una oportunidad para dar testimonio valiente y esperanzado de Cristo muerto y resucitado. Amén.

Valera 29 de abril de 2014
+Ubaldo R Santana Sequera FMI

Arzobispo de Maracaibo

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