domingo, 27 de abril de 2014

Aprendamos de Jesús a ser misericordiosos con nuestros hermanos.


HOMILIA DEL II DOMINGO DE PASCUA, FIESTA DE LA MISERICORDIA
Queridos hermanos y hermanas:
Una vez más, nos damos cita en esta plazoleta, atrio de la casa de nuestra madre María, para celebrar, en este segundo domingo de pascua, la fiesta de la Divina Misericordia, pedida por Jesús a la santa polaca Sor Faustina Kovalska y establecida por nuestro amado Papa Juan Pablo II. En el Decreto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, con fecha del 23 de mayo del 2000 leemos: «En todo el mundo, el segundo domingo de Pascua recibirá el nombre de domingo de la Divina Misericordia. Una invitación perenne para el mundo cristiano a afrontar, con confianza en la benevolencia divina, las dificultades y las pruebas que esperan al género humano en los años venideros».
Hacemos nuestro el júbilo de la Iglesia Universal por la canonización de Juan XXIII, el papa bueno, sucesor de Pío XII, quien el 25 de Enero de 1959, fiesta de la conversión de San Pablo, sorprendió el mundo entero dando a conocer su propósito de celebrar un concilio ecuménico para que la Iglesia se pusiera al día con las necesidades del mundo contemporáneo. El Papa resumía lo que él esperaba de ese concilio con la expresión: “Abramos las ventanas de la Iglesia”. “Quiero abrir ampliamente las ventanas de la Iglesia, con la finalidad de que podamos ver lo que pasa al exterior, y que el mundo pueda ver lo que pasa al interior de la Iglesia.”.

El Papa Francisco, haciendo uso de sus prerrogativas, aprobó la canonización del Beato Juan XXIII, aunque la Congregación para la Causa de los Santos no hubiera comprobado el milagro que se requiere para estos casos, manifestando, que bastaba todo el bien que realizó en beneficio de la Iglesia y del mundo: su participación firme y decisiva para solucionar algunos conflictos entre naciones, su intervención providencial para salvar a miles de judíos de la muerte en Bulgaria y Rumanía, su magisterio centrado en la paz y los derechos humanos, sus virtudes y, sobre todo, su gran humanidad, su cercanía con la gente, su buen humor. Estos aspectos constituyen, entre otros, “el gran milagro” del Beato Juan XXXIII, cuyos amorosos beneficios aún estamos disfrutando.
Nos regocijamos también porque, esta mañana, fue canonizado el Beato Juan Pablo II, el Papa amigo, quien durante 27 años sirvió a la Iglesia como sucesor de San Pedro. De él conservó entrañables recuerdos: de él recibí mis nombramientos como obispo auxiliar de Caracas, obispo de Guayana y arzobispo de Maracaibo. Me recibió dos veces en audiencia privada en Roma, en el marco de “la visita ad Limina” del episcopado venezolano. Tuve la dicha y el privilegio de ser invitado a una eucaristía en su capilla privada y de compartir su mesa en un almuerzo fraterno en el que disfruté, junto con otros hermanos obispos, de su alegría y de su buen humor.
Inició su Pontificado invitándonos a no tener miedo de “abrir de par en par las puertas a Cristo”. Fue el pastor evangelizador que nos invitó a celebrar el jubileo del año 2000 y el experimentado piloto que introdujo la nave de la Iglesia en los mares profundos del tercer milenio. En su carta apostólica “Al inicio del nuevo milenio”, nos explicó cómo vivir la espiritualidad de comunión (NMI 43) e insistió en la urgente necesidad de una pastoral que muestre a los fieles los caminos de la santidad comunitaria para ser fieles al Señor y a los hombres y mujeres de estos tiempos.
Realizó dos visitas apostólicas a Venezuela: una en 1985 y otra en 1996. En las dos tuve la dicha de acompañarlo. En la primera como sacerdote, ministro de la comunión en la misa de Caracas y en la segunda como obispo en la Eucaristía de Guanare. Fueron visitas memorables que marcaron profundamente nuestras Iglesias locales y produjeron muchas vocaciones. Maracaibo tuvo la bendición de ser visitada por este gran santo en la primera visita. Fue exactamente el 27 de enero de 1985. Pernoctó en el Palacio arzobispal. Allí se conserva aún intacta la habitación que ocupó en el tercer piso de la edificación. Con motivo de su canonización se ha acondicionado mejor el lugar para que pueda ser meta de peregrinación de los creyentes. Se inaugurará Dios mediante a inicios de mayo.
La canción “El Peregrino” de Ricardo Cantalapiedra, interpretada sorpresivamente por el niño Adrián Guacarán en la misa de Ciudad Guayana, resume la vida de este hombre de Dios: “Fue el peregrino del mundo, que se acercó a la gente, acarició a los niños, que dijo por los caminos “amigo soy, soy amigo”; sus manos no empuñaron armas, sus palabras fueron de vida, lloró con los que lloraban, compartió la alegría, repartió el pan con los pobres, estuvo junto a los que buscan y consoló a los mendigos”. Muchos de nosotros fuimos testigos del dolor y el sufrimiento que marcaron sus últimos días y con qué coraje y fortaleza llevó su cruz hasta el fin. Fue llamado por el Padre celestial el 2 de abril de 2005, mientras concluía el sábado, y ya habíamos entrado en la octava de Pascua y domingo de la Misericordia Divina.
Le ha correspondido al Papa Francisco recibir el legado de ambos y tener el privilegio de inscribirlos esta mañana en el catálogo de los santos. Algunos han llamado al Papa Francisco, el Papa de la misericordia. En efecto, en 1953, a la edad de 17 años, el joven Jorge Mario Bergoglio experimenta, de un modo del todo particular, la presencia amorosa de Dios en su vida. Después de una confesión, siente su corazón tocado y advierte la llegada de la misericordia de Dios, que, con mirada de tierno amor, le llama a la vida religiosa a ejemplo de san Ignacio de Loyola. Una vez elegido obispo, el religioso jesuita, en recuerdo de tal acontecimiento, que marca los inicios de su total consagración a Dios en Su Iglesia, decide elegir, como lema y programa de vida, la frase del evangelio de Mateo cuando Jesús, pasando por su lugar de trabajo, le mira a los ojos y le llama a seguirle:"lo miró con misericordia y lo eligió", frase que también ha querido conservar en su escudo pontificio.
Para el nuevo papa, la misericordia de Dios es el mensaje "más fuerte" y una idea central de su pensamiento. Al ser designado cardenal por el papa Juan Pablo II, monseñor Bergoglio dice: "Sólo alguien que ha encontrado la misericordia, que ha sido acariciado por la misericordia, está feliz y cómodo con el Señor". En sus predicaciones, exhortaciones, incluso en los decretos que ha emanado no falta la palabra “misericordia”. Con un toque de buen humor se atrevió a ofrecer a los cristianos unas pastillas de “misericordina,” una medicina espiritual para mantener los frutos del “Año de La Fe” y ofrecer a los hermanos amor, perdón y fraternidad.
Toda la liturgia de este día nos habla de la Misericordia Divina y de las Obras de Misericordia. Los primeros cristianos –dice la primera lectura- “vivían unidos y lo tenían todo en común. Los que eran dueños de bienes o propiedades los vendían, y el producto era distribuido entre todos, según las necesidades de cada uno”. En el Salmo responsorial hemos cantado “la misericordia del Señor es eterna”. La segunda lectura nos invita a alabar a “Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo,(quien) por su gran misericordia…nos concedió renacer a la esperanza de una vida nueva”. Y en el Evangelio observamos la solicitud de Jesucristo resucitado por volver a congregar a los apóstoles que se habían dispersado a raíz de su crucifixión, infundirles paz y confiarles el Sacramento de la Reconciliación: “Reciban al Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados les quedarán perdonados”.
Uno de los requisitos que impuso Jesús a Sor Faustina para celebrar auténticamente esta misa es recibir previamente el sacramento de la confesión. Podemos leer en su Diario “Deseo que la fiesta de la misericordia sea un refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores. Ese día están abiertas las entrañas de mi Misericordia. Derramo un mar de gracias sobre las almas que se acerquen al manantial de mi Misericordia. El alma que se confiese y reciba la Santa Comunión obtendrá el perdón total de las culpas y de las penas”.
En otra de sus visiones la santa recibió este mensaje: “Cuando te acerques a la confesión, a esta Fuente de mi Misericordia, siempre fluye sobre tu alma la Sangre y el Agua que brotó de mi corazón y ennoblece tu Alma…Cuando te acerques a la confesión, debes saber que yo mismo te espero en el confesionario, solo que estoy oculto en el sacerdote…Aquí la miseria del alma se encuentra con Dios de la misericordia”.
Por eso me alegro grandemente que en la preparación a esta fiesta se le dé un puesto privilegiado al sacramento de la confesión. Queridos hermanos y hermanas, acudamos siempre con sinceridad, humildad y obediencia a esta fuente de sanación. Acerquémonos regularmente a este sacramento redentor con un corazón arrepentido, humilde y dispuesto a cambiar, con el firme propósito de enmendarnos. Necesitamos la gracia que Cristo nos otorga en este encuentro sacramental para obtener la fuerza para luchar contra el pecado personal, causa del pecado social y de todas las injusticias que nos afligen.
La Iglesia, en la persona del Papa, no se cansa de transmitir este mensaje y de invitar a sus hijos a recibir el sacramento de la confesión, fuente desde donde brota la misericordia divina. A los sacerdotes les anima a dedicar tiempo suficiente a administrar el perdón de Dios y le recuerda “que el confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor que nos estimula a hacer el bien posible” (EG. 44).
En un Ángelus el Papa Francisco nos entregó este mensaje: “"Si el Señor no perdonase todo, el mundo no existiría". "La misericordia cambia el mundo, hace al mundo menos frío y más justo. El rostro de Dios es el rostro de la misericordia, que siempre tiene paciencia. [...] Dios nunca se cansa de perdonarnos. El problema es que nosotros nos cansamos de pedirle perdón. ¡No nos cansemos nunca! Él es el padre amoroso que siempre perdona, que tiene misericordia con todos nosotros".
Queridos hermanos y hermanas, Dios ejerció por medio de su Hijo Jesús su gran misericordia con nosotros para que nosotros seamos también aprendamos de Él a ser misericordiosos con nuestros hermanos. Así nos lo pidió Jesús: Seamos misericordiosos como nuestro Padre es misericordioso y además nos dijo que en la práctica de la misericordia está una de las fuentes de nuestra felicidad (Cf Mt 5,7). Por eso los invito a compartir conmigo esta oración de de Santa Faustina:
Oh Señor, deseo transformarme todo en tu misericordia
y ser un vivo reflejo de ti.
Que tu insondable misericordia
Pase a través de mi corazón al prójimo

Ayúdame, Oh Señor,
a que mis ojos sean misericordiosos
Para que jamás recele o juzgue según las apariencias
Sino que busque lo bello
En el alma de mi prójimo y acuda a ayudarle

Ayúdame, Oh Señor,
A que mis oídos sean misericordiosos
Para que tome en cuenta las necesidades
De mi prójimo y no sea indiferente
A sus necesidades y gemidos

Ayúdame, Oh Señor,
A que mi lengua sea misericordiosa
Para que jamás hable mal de mi prójimo
Sino que tenga una palabra de consuelo
Y de perdón para todos

Ayúdame, Oh Señor,
A que mis manos sean misericordiosas
Y llenas de buenas obras
Para que sepa hacer solo el bien a mi prójimo
Y cargar sobre mí
Las tareas difíciles y penosas

Ayúdame, Oh Señor,
A que mis pies sean misericordiosos
Para que siempre me apresure a socorrer
Las necesidades de mi prójimo
Dominando mi propia fatiga y mi cansancio
Mi reposo verdadero está en el servicio al prójimo

Ayúdame, Oh Señor,
A que mi corazón sea misericordioso
Para que sienta los sufrimientos de mi prójimo.

A nadie le rehusaré mi corazón
Seré sincero incluso con aquellos
Que abusarán de mi bondad
Que Yo mismo me introduzca
en el misericordiosísimo corazón de Jesús
Y soporte mis propios sufrimientos en silencio
Que tu misericordia, Oh Señor, repose dentro de mí. Amén

Pidámosle a Santa Faustina, apóstol de la Misericordia Divina, a San Juan XXIII, apóstol de la paz y a San Juan Pablo II, apóstol de la nueva evangelización, que no nos cansemos nunca de perdonar ni de pedir perdón. Venezuela necesita hombres y mujeres de misericordia, que sepan abrir caminos al encuentro y a la reconciliación en la justicia y la paz. Que María de Chiquinquirá, madre de misericordia, vuelva a nosotros esos sus ojos misericordiosos. Amén.

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