HOMILIA DEL II DOMINGO DE PASCUA, FIESTA DE LA MISERICORDIA
Queridos hermanos y hermanas:
Queridos hermanos y hermanas:
Una
vez más, nos damos cita en esta plazoleta, atrio de la casa de
nuestra madre María, para celebrar, en este segundo domingo de
pascua, la fiesta de la Divina Misericordia, pedida por Jesús a la
santa polaca Sor Faustina Kovalska y establecida por nuestro amado
Papa Juan Pablo II. En el Decreto de la Congregación para el Culto
Divino y la Disciplina de los Sacramentos, con fecha del 23 de mayo
del 2000 leemos: «En
todo el mundo, el segundo domingo de Pascua recibirá el nombre de
domingo de la Divina Misericordia. Una invitación perenne para el
mundo cristiano a afrontar, con confianza en la benevolencia divina,
las dificultades y las pruebas que esperan al género humano en los
años venideros».
Hacemos
nuestro el júbilo de la Iglesia Universal por la canonización de
Juan XXIII, el papa bueno, sucesor de Pío XII, quien el 25 de Enero
de 1959, fiesta de la conversión de San Pablo, sorprendió el mundo
entero dando a conocer su propósito de celebrar un concilio
ecuménico para que la Iglesia se pusiera al día con las necesidades
del mundo contemporáneo. El Papa resumía lo que él esperaba de ese
concilio con la expresión:
“Abramos las ventanas de la Iglesia”. “Quiero abrir ampliamente
las ventanas de la Iglesia, con la finalidad de que podamos ver lo
que pasa al exterior, y que el mundo pueda ver lo que pasa al
interior de la Iglesia.”.
El
Papa Francisco, haciendo uso de sus prerrogativas, aprobó la
canonización del Beato Juan XXIII, aunque la Congregación para la
Causa de los Santos no hubiera comprobado el milagro que se requiere
para estos casos, manifestando, que bastaba todo el bien que realizó
en beneficio de la Iglesia y del mundo: su participación firme y
decisiva para solucionar algunos conflictos entre naciones, su
intervención providencial para salvar a miles de judíos de la
muerte en Bulgaria y Rumanía, su magisterio centrado en la paz y los
derechos humanos, sus virtudes y, sobre todo, su gran humanidad, su
cercanía con la gente, su buen humor. Estos aspectos constituyen,
entre otros, “el gran milagro” del Beato Juan XXXIII, cuyos
amorosos beneficios aún estamos disfrutando.
Nos
regocijamos también porque, esta mañana, fue canonizado el Beato
Juan Pablo II, el Papa amigo, quien durante 27 años sirvió a la
Iglesia como sucesor de San Pedro. De él conservó entrañables
recuerdos: de él recibí mis nombramientos como obispo auxiliar de
Caracas, obispo de Guayana y arzobispo de Maracaibo. Me recibió dos
veces en audiencia privada en Roma, en el marco de “la visita ad
Limina” del episcopado venezolano. Tuve la dicha y el privilegio de
ser invitado a una eucaristía en su capilla privada y de compartir
su mesa en un almuerzo fraterno en el que disfruté, junto con otros
hermanos obispos, de su alegría y de su buen humor.
Inició
su Pontificado invitándonos a no tener miedo de “abrir de par en
par las puertas a Cristo”. Fue el pastor evangelizador que nos
invitó a celebrar el jubileo del año 2000 y el experimentado piloto
que introdujo la nave de la Iglesia en los mares profundos del tercer
milenio. En su carta apostólica “Al inicio del nuevo milenio”,
nos explicó cómo vivir la espiritualidad de comunión (NMI 43) e
insistió en la urgente necesidad de una pastoral que muestre a los
fieles los caminos de la santidad comunitaria para ser fieles al
Señor y a los hombres y mujeres de estos tiempos.
Realizó
dos visitas apostólicas a Venezuela: una en 1985 y otra en 1996. En
las dos tuve la dicha de acompañarlo. En la primera como sacerdote,
ministro de la comunión en la misa de Caracas y en la segunda como
obispo en la Eucaristía de Guanare. Fueron visitas memorables que
marcaron profundamente nuestras Iglesias locales y produjeron muchas
vocaciones. Maracaibo tuvo la bendición de ser visitada por este
gran santo en la primera visita. Fue exactamente el 27 de enero de
1985. Pernoctó en el Palacio arzobispal. Allí se conserva aún
intacta la habitación que ocupó en el tercer piso de la
edificación. Con motivo de su canonización se ha acondicionado
mejor el lugar para que pueda ser meta de peregrinación de los
creyentes. Se inaugurará Dios mediante a inicios de mayo.
La
canción “El Peregrino” de Ricardo Cantalapiedra, interpretada
sorpresivamente por el niño Adrián Guacarán en la misa de Ciudad
Guayana, resume la vida de este hombre de Dios: “Fue el peregrino
del mundo, que se acercó a la gente, acarició a los niños, que
dijo por los caminos “amigo soy, soy amigo”; sus manos no
empuñaron armas, sus palabras fueron de vida, lloró con los que
lloraban, compartió la alegría, repartió el pan con los pobres,
estuvo junto a los que buscan y consoló a los mendigos”. Muchos de
nosotros fuimos testigos del dolor y el sufrimiento que marcaron sus
últimos días y con qué coraje y fortaleza llevó su cruz hasta el
fin. Fue llamado por el Padre celestial el 2 de abril de 2005,
mientras concluía el sábado, y ya habíamos entrado en la octava de
Pascua y domingo de la Misericordia Divina.
Le
ha correspondido al Papa Francisco recibir el legado de ambos y tener
el privilegio de inscribirlos esta mañana en el catálogo de los
santos. Algunos han llamado al Papa Francisco, el Papa de la
misericordia. En efecto, en 1953, a la edad de 17 años, el joven
Jorge Mario Bergoglio experimenta, de un modo del todo particular, la
presencia amorosa de Dios en su vida. Después de una confesión,
siente su corazón tocado y advierte la llegada de la misericordia de
Dios, que, con mirada de tierno amor, le llama a la vida religiosa a
ejemplo de san Ignacio de Loyola. Una vez elegido obispo, el
religioso jesuita, en recuerdo de tal acontecimiento, que marca los
inicios de su total consagración a Dios en Su Iglesia, decide
elegir, como lema y programa de vida, la frase del evangelio de Mateo
cuando Jesús, pasando por su lugar de trabajo, le mira a los ojos y
le llama a seguirle:"lo
miró con misericordia y lo eligió",
frase que también ha querido conservar en su escudo pontificio.
Para
el nuevo papa, la misericordia de Dios es el mensaje "más
fuerte" y una idea central de su pensamiento. Al ser designado
cardenal por el papa Juan Pablo II, monseñor Bergoglio dice: "Sólo
alguien que ha encontrado la misericordia, que ha sido acariciado por
la misericordia, está feliz y cómodo con el Señor".
En sus predicaciones, exhortaciones, incluso en los decretos que ha
emanado no falta la palabra “misericordia”. Con un toque de buen
humor se atrevió a ofrecer a los cristianos unas pastillas de
“misericordina,” una medicina espiritual para mantener los frutos
del “Año de La Fe” y ofrecer a los hermanos amor, perdón y
fraternidad.
Toda
la liturgia de este día nos habla de la Misericordia Divina y de las
Obras de Misericordia. Los primeros cristianos –dice la primera
lectura- “vivían
unidos y lo tenían todo en común. Los que eran dueños de bienes o
propiedades los vendían, y el producto era distribuido entre todos,
según las necesidades de cada uno”.
En el Salmo responsorial hemos cantado “la
misericordia del Señor es eterna”.
La segunda lectura nos invita a alabar a “Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,(quien) por su gran
misericordia…nos concedió renacer a la esperanza de una vida
nueva”. Y
en el Evangelio observamos la solicitud de Jesucristo resucitado por
volver a congregar a los apóstoles que se habían dispersado a raíz
de su crucifixión, infundirles paz y confiarles el Sacramento de la
Reconciliación: “Reciban
al Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados les quedarán
perdonados”.
Uno
de los requisitos que impuso Jesús a Sor Faustina para celebrar
auténticamente esta misa es recibir previamente el sacramento de la
confesión. Podemos leer en su Diario “Deseo
que la fiesta de la misericordia sea un refugio y amparo para todas
las almas y, especialmente, para los pobres pecadores. Ese día están
abiertas las entrañas de mi Misericordia. Derramo un mar de gracias
sobre las almas que se acerquen al manantial de mi Misericordia. El
alma que se confiese y reciba la Santa Comunión obtendrá el perdón
total de las culpas y de las penas”.
En
otra de sus visiones la santa recibió este mensaje: “Cuando
te acerques a la confesión, a esta Fuente de mi Misericordia,
siempre fluye sobre tu alma la Sangre y el Agua que brotó de mi
corazón y ennoblece tu Alma…Cuando te acerques a la confesión,
debes saber que yo mismo te espero en el confesionario, solo que
estoy oculto en el sacerdote…Aquí la miseria del alma se encuentra
con Dios de la misericordia”.
Por
eso me alegro grandemente que en la preparación a esta fiesta se le
dé un puesto privilegiado al sacramento de la confesión. Queridos
hermanos y hermanas, acudamos siempre con sinceridad, humildad y
obediencia a esta fuente de sanación. Acerquémonos regularmente a
este sacramento redentor con un corazón arrepentido, humilde y
dispuesto a cambiar, con el firme propósito de enmendarnos.
Necesitamos la gracia que Cristo nos otorga en este encuentro
sacramental para obtener la fuerza para luchar contra el pecado
personal, causa del pecado social y de todas las injusticias que nos
afligen.
La
Iglesia, en la persona del Papa, no se cansa de transmitir este
mensaje y de invitar a sus hijos a recibir el sacramento de la
confesión, fuente desde donde brota la misericordia divina. A los
sacerdotes les anima a dedicar tiempo suficiente a administrar el
perdón de Dios y le recuerda “que
el confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la
misericordia del Señor que nos estimula a hacer el bien posible”
(EG. 44).
En
un Ángelus el Papa Francisco nos entregó este mensaje: “"Si
el Señor no perdonase todo, el mundo no existiría".
"La
misericordia cambia el mundo, hace al mundo menos frío y más justo.
El rostro de Dios es el rostro de la misericordia, que siempre tiene
paciencia. [...] Dios nunca se cansa de perdonarnos. El problema es
que nosotros nos cansamos de pedirle perdón. ¡No nos cansemos
nunca! Él es el padre amoroso que siempre perdona, que tiene
misericordia con todos nosotros".
Queridos
hermanos y hermanas, Dios ejerció por medio de su Hijo Jesús su
gran misericordia con nosotros para que nosotros seamos también
aprendamos de Él a ser misericordiosos con nuestros hermanos. Así
nos lo pidió Jesús:
Seamos misericordiosos como nuestro Padre es misericordioso y además
nos dijo que en la práctica de la misericordia está una de las
fuentes de nuestra felicidad (Cf Mt 5,7). Por eso los invito a
compartir conmigo esta oración de de Santa Faustina:
Oh
Señor, deseo transformarme todo en tu misericordia
y
ser un vivo reflejo de ti.
Que
tu insondable misericordia
Pase
a través de mi corazón al prójimo
Ayúdame,
Oh Señor,
a
que mis ojos sean misericordiosos
Para
que jamás recele o juzgue según las apariencias
Sino
que busque lo bello
En
el alma de mi prójimo y acuda a ayudarle
Ayúdame,
Oh Señor,
A
que mis oídos sean misericordiosos
Para
que tome en cuenta las necesidades
De
mi prójimo y no sea indiferente
A
sus necesidades y gemidos
Ayúdame,
Oh Señor,
A
que mi lengua sea misericordiosa
Para
que jamás hable mal de mi prójimo
Sino
que tenga una palabra de consuelo
Y
de perdón para todos
Ayúdame,
Oh Señor,
A
que mis manos sean misericordiosas
Y
llenas de buenas obras
Para
que sepa hacer solo el bien a mi prójimo
Y
cargar sobre mí
Las
tareas difíciles y penosas
Ayúdame,
Oh Señor,
A
que mis pies sean misericordiosos
Para
que siempre me apresure a socorrer
Las
necesidades de mi prójimo
Dominando
mi propia fatiga y mi cansancio
Mi
reposo verdadero está en el servicio al prójimo
Ayúdame,
Oh Señor,
A
que mi corazón sea misericordioso
Para
que sienta los sufrimientos de mi prójimo.
A
nadie le rehusaré mi corazón
Seré
sincero incluso con aquellos
Que
abusarán de mi bondad
Que
Yo mismo me introduzca
en
el misericordiosísimo corazón de Jesús
Y
soporte mis propios sufrimientos en silencio
Que
tu misericordia, Oh Señor, repose dentro de mí. Amén
Pidámosle
a Santa Faustina, apóstol de la Misericordia Divina, a San Juan
XXIII, apóstol de la paz y a San Juan Pablo II, apóstol de la nueva
evangelización, que no nos cansemos nunca de perdonar ni de pedir
perdón. Venezuela necesita hombres y mujeres de misericordia, que
sepan abrir caminos al encuentro y a la reconciliación en la
justicia y la paz. Que María de Chiquinquirá, madre de
misericordia, vuelva a nosotros esos sus ojos misericordiosos. Amén.
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